UN GRITO DE MI CORAZÓN

Hablemos de gritar.
De hacer ruido.
De dar cringe.
De ser vistas.
Y, por consecuencia, de ser malentendidas, bloqueadas, canceladas, descartadas.

Hablemos del vértigo de exponerse.
Del fuego que arde en la garganta de quien se atreve a mostrar su alma.
Del temblor que se siente cuando uno lanza su arte al mundo,
sabiendo que no hay red,
que no hay aplauso asegurado,
que puede haber silencio, o burla, o juicio.

Porque cuando estás ahí, dudando,
y te detienes a mirar desde una perspectiva que no es tuya,
puedes verlo con claridad:
es más fácil quedarse detrás de una pantalla,
juzgando, comentando, señalando,
que atreverse a poner allá fuera tu arte.

Mostrarte implica ser vista.
Y en este mundo, ser vista implica ser juzgada —
una y otra vez —
lo hagas “bien” o “mal”
según los ojos que te miren,
según las reglas de alguien más.

Me han dicho:
ilusa,
soñadora,
ambigua.

Como si soñar fuera un delito.
Como si no supieran que los sueños son los planos secretos de lo que todavía no existe.
Como si la ambigüedad no fuera, a veces, la única forma honesta de habitar la contradicción.
Como si ilusa fuera sinónimo de ingenua, y no de valiente.

Pero yo elijo esas palabras.
Las agarro.
Las limpio.
Las hago mías.

Porque sí, sueño.
Y dudo.
Y no siempre tengo respuestas claras.
Pero tengo fuego.
Y tengo arte.
Y tengo corazón.

Los que creemos en el arte —escribir, pintar, diseñar, leer, re-significar—
sabemos que la duda es virtud.
Porque dudar es sentir.
Es ver más allá.
Es negarse a lo fácil.

Y también sabemos cuándo la duda no nos pertenece.
Cuándo la voz que nos tiembla no es la nuestra,
sino la del miedo ajeno intentando disfrazarse de prudencia.

Aun así, nos mostramos.
Porque lo que traemos al mundo es profundamente nuestro.
Verdadero.
Íntimo.
Dolorosamente vivo.

Y aunque dudamos
sabemos —dentro de nuestra unicidad—
que el mundo necesita
solo lo que tú viniste a crear en este mundo.

Eso es irremplazable.
Innegociable.
Sagrado.

Y eso requiere coraje.
Estar aquí, tendidas en la arena,
mirando de frente,
aun con las manos temblando.

Porque creemos.
Porque amamos.
Porque aún cansadas, aún juzgadas, aún confundidas,
seguimos soñando en grande,
creando con todo el corazón.
Y eso —eso— no nos lo puede quitar nadie.

Porque sí:
No existe acto más revolucionario
que el de hacer arte con todo nuestro sentir.

Y eso es lo que vengo haciendo.
Mi arte grita por sí solo.
Mi arte me representa.
Mi arte me sana.

Es mi manera de resignificar la vida,
de convertir cada experiencia —incluso la más difícil—
en semilla,
en pincelada,
en palabra que pueda tocar otros corazones.

Hoy sé que crear no es un lujo.
Es una necesidad.
Una forma de vivir con los ojos abiertos
y el alma dispuesta.

Este es mi grito.
Mi forma de decir:

Estoy viva,
y estoy creando
con todo el almacén de mi pecho.

— Nahomi Zecua

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